El Atlético de Madrid doblega al Real Valladolid en un ejercicio atroz de competitividad que los blanquivioletas fueron incapaces de neutralizar ni con fútbol ni con corazón.

Hay pocos equipos en Primera División, quizá ninguno, más parecidos a su técnico que el Atlético de Madrid a ‘El Cholo’ Simeone. Y pocos tan intensos y verticales. Quizá ninguno más allá del Real Madrid y esos ciertos momentos en que al Fútbol Club Barcelona le da por parecerse a alguien que en realidad no es. Y ninguno, no ya en España, sino en el mundo, que tenga a Radamel, capaz de crear peligro con medio chicle y un clip.
Pero el Atlético de Madrid no es solo Falcao, aunque sus veinte goles podrían considerarse una cifra alejada para cualquier humano de no ser porque aún nadie ha confirmado que Leo Messi y Cristiano Ronaldo no lo sean. También es Gabi, un mediocentro inteligente en la lectura y capaz de marcar varios tempos, como demostró en el Nuevo José Zorrilla. O Miranda y Godín, dos centrales que, aun con sus errores de bulto, mezclan tan bien como compiten. Por no hablar de Diego Costa.
Si alguien encarna el cholismo, sin duda alguna es el brasileño, para lo bueno y para lo malo. Lo último lo ha demostrado ya en ocasiones pasadas, en otros encuentros. Lo primero pudo verse ante el Real Valladolid, que cayó, en parte, fruto del buen hacer del antiguo compañero de fatigas de Manucho en aquella campaña de la que hoy día nadie quiere acordarse.
Fue castigo y bendición a partes iguales por su intensidad y potencia, que le permitió estorbar la salida de presión desde atrás del Real Valladolid y hacer daño siendo profundo, que lo es y mucho. Y que lo sea tanto es un regalo para su equipo, pero especialmente para Radamel, a quien descarga de responsabilidades en el inicio de la defensa y de defensas en labores ofensivas.
No ha cambiado mucho, vaya. O sí. En su día, de blanquivioleta, Diego Costa era capaz de echarse el equipo a cuestas y montar la guerra por su cuenta, algo que ahora hace menos, quizá por estar rodeado de mejores jugadores. Pero, a su vez, su influencia en el juego ha crecido, pues hoy por fin es el jugador grande que prometía ser, también para un equipo grande y campeonísimo contra el Atlético de Madrid.
Jesús Rueda lo sufrió a las espaldas como hacía tiempo no sufría a otro delantero, aunque no fue el primero en golpear. Antes lo hizo Falcao, a los once minutos, tras rematar un rechace de Dani Hernández a remate de Diego Godín en una jugada a balón parado. El tanto, tempranero, no calmó los ánimos rojiblancos, o por lo menos no de buenas a primeras, ya que los de Simeone esperaron antes de rebajar el pistón.
Bueno, en realidad, puede decirse que no lo hicieron en ningún momento. Más bien jugaron a hacerlo. Permitieron que el Real Valladolid tuviese la pelota para hacer lo que mejor saben, intentar robar y correr. Buscar esa profundidad que da Diego Costa y la tranquilidad que otorga contar con el mejor ‘nueve’ del mundo a base de mágicos pases verticales surgidos de las botas de Arda Turan y Gabi.

El buen partido del canterano ensombreció la compañía de Tiago, tan oscuro como acertado sustituto de Mario Suárez, ya que su buena lectura del encuentro, unida al de por sí solapamiento de Lluís Sastre y Álvaro Rubio, propició que los blanquivioletas fueran incapaces de dar tres pases seguidos con tino. A cambio, el Atleti fue un potro desbocado cuando dijo ‘arre’ y una mansa yegua cada vez que decía ‘so’.
Los colchoneros, decíamos, jugaron a jugar con el freno de mano echado. Sus dos puntas se convirtieron en un incordio en la presión de la salida local, una labor en la que, además del mal partido de Rubio y Sastre, se notó en exceso la falta de una segunda alternativa depurada en la sala de máquinas. Lo que no impidió sobrepasar esa presión inicial. Pero, claro, una vez hecho, había que adentrarse en las dos líneas de cuatro. Y eso era otra historia. Una que ni siquiera ‘El Mago’ pudo cambiar bajando a la base de la jugada e intentar crear un fútbol que, por segundo partido consecutivo -he ahí lo preocupante-, no existió.
Como al inicio del encuentro, el Atlético de Madrid salió avasallador al inicio de la segunda parte y, fruto de esos bríos, llegó el segundo tanto, este sí, obra de Diego Costa. Asistencia de Koke al margen, contó, como Godín y Radamel en el primero, con la ayuda de la zaga vallisoletana, que concedió demasiado a un ataque que, en realidad, a tenor de lo visto, no pareció querer tanto.
Es posible que quisiera incluso más. Quién sabe. Así es el conjunto que dirige El Cholo. Parece poco, pero es tanto… Y eso que a domicilio llevaba meses sin ser mucho. Pero, después de experimentar un pequeño bajón de juego y sensaciones, tocaba volver a ser. Y de qué manera lo fue; pasando por encima, casi de usted, de un rival al que desdibujó. Y hete aquí la virtud del técnico argentino: hacer que su equipo necesite poco para ser muchísimo; parecer una cosa y ser varias.
El hecho de no ser siempre martillo pilón puede hacer parecer al Atleti un equipo conformista, pero nada más lejos. ‘El Tigre’ y ‘La Bestia’ que ejercen de puntas de lanza dan buena cuenta de la ferocidad del cholismo. Y, en un ejercicio de cholismo atroz, el Real Valladolid cayó sin tirar una vez entre los tres palos, hecho que ya se dio en Heliópolis, y lo que es peor, encajando tres goles.
El último, de ‘El Cebolla’ Rodríguez, llegó con el tiempo casi cumplido. Como los anteriores, fue una mezcla de virtud atlética y defecto en el ejercicio defensivo, esta vez de Toni Rukavina. E incluso ahí se vio el carácter voluble de los colchoneros. Después de varias permutas, ya sin Diego Costa sobre el césped, parecieron dar tregua. Nada más lejos. El Atlético es un animal voraz. Y, como tal, merendó blanquivioleta descorazonado.

