El Real Valladolid empata en Almería en un duelo que pudo ganar cualquiera de los dos, pues ambos marraron un penalti

Almería y Real Valladolid empataron a uno en goles y a tres en torpezas. Lo hicieron en un partido que pudo ganar cualquiera, pues los dos tuvieron ocasiones para hacerlo –ambos marraron un penalti–, si bien no fue, ni de lejos su mejor encuentro. Pudo el miedo, que los atenazó a todos hasta convertir la necesidad en sosería.
Querer, quisieron los dos por igual. Saber, no supo ninguno. Y, aunque a veces el fútbol es caprichoso, en esta ocasión no lo fue y, no saber significó no poder. Ambos conjuntos fueron prudentes con el balón, y de esta prudencia vino el que apenas hubo oportunidades de gol. Si hubo dos fue, más bien, porque los dos fallaron. Quizá, en honor a la verdad, menos el Real Valladolid, porque el tanto blanquivioleta fue un poco más virtuoso.
Precisamente los vallisoletanos salieron mejor, aunque sin grandes alardes. Tuvieron el balón y trataron de moverlo con habilidad y con cierta presteza, pero pronto los almerienses empezaron a discutirles el dominio.
Aunque discutir, lo que se dice discutir, tampoco discutieron mucho, no fuera a ser que… El respeto fue mutuo y mucho, no ya porque el enemigo fuera peligroso, que también, sino porque la delicada situación de los dos desaconsejaba volverse locos. Y así cayó el partido en el tedio, en un lento transcurrir, en el que los pocos problemas que generó el Almería fueron a balón parado y el único generado por el Pucela fue un madrugador disparo al palo de Mojica.
Como quien no quiere la cosa, llegó el descanso. Y sin querer, la reanudación. Y con ella, las torpezas. En el minuto 55, una cesión a Kepa acabó metiendo al guardameta en un embolao, puesto que andaba Quique cerca, amenazante. El vallisoletano presionó, provocó el error del vizcaíno en la salida y, a puerta vacía, tras rebañarle el cuero, marcó ‘el gol del karma’.
Solo ocho minutos después, Mojica pondría la réplica. Su mérito es indiscutible: fue un golazo; al César lo que es del César. Pero la acción viene precedida por una pobre defensa, de esas mentales, en las que a la zaga solo les falta llevarse los dedos a las sienes y achinar los ojos. Así, Juan Villar no encontró oposición para adentrarse por la derecha y tirar. Y a Mojica, que puso el balón en la escuadra con un potente disparo, Fatau le dejó entrar, dar dos toques y hasta tomarse un café para evitar la morriña antes de golpear.
El empate no cambió mucho el guión y los entrenadores ni siquiera llegaron a tirarse faroles; pasaron siempre, aunque podían tener una buena mano. Pudo cambiar algo más por inercia que por insistencia. Decíamos, por torpeza. Y otra vez el Real Valladolid fue el primero en cometer una. David Timor entró como un tren, tan tarde que casi se le acumulan los viajeros del ferrocarril de las tres, el de las tres y media y el de las cuatro. Y claro, penalti.
Pero ahí estaba Chuli, más confiado que agradecido con el regalo. Tiró la pena máxima tan flojo y de tal modo que parecía creer que no había portero. Pero lo había, y paró abajo sin gran esfuerzo. De hecho, el punta andaluz luego volvió a actuar como si Kepa no estuviera, al entrar con todo, como debe hacer un punta, pero imprudente, como no debe hacer nadie. La consecuencia fue un golpe en el cuello al cancerbero que, de haber supuesto su expulsión, seguramente no habría pasado nada.
En la banda, Joan Carrillo introdujo hombre por hombre hasta tres veces. Forzado por la lesión de Manu del Moral, más que creyendo en ganar, Miguel Ángel Portugal prefirió a Diego Rubio sobre el canterano José, cuya zona de influencia es la misma del exinternacional. El 4-4-2 habría querido decir algo de no ser porque más tarde la entrada de Juanpe por Rodri venía a dar por bueno el empate.

Y en estas apareció Montoro. El recién incorporado, quizá hambriento, se merendó a Marcelo Silva en una jugada a balón parado y el árbitro señaló el punto de castigo. Corría ya el minuto 93 y, después de haber renunciado un poco de aquella manera a ganar, el Real Valladolid se encontró con que podía… y de repente Mojica cogió el balón.
Como la estrella responsable que ‘El Correcaminos’ cree ser, colocó el esférico a once metros de Casto. Si es curioso, el departamento de prensa blanquivioleta bien haría en buscar al aficionado local que grabó detrás de la puerta el disparo para ver si en el vídeo se lee en los labios al cafetero decir a su enemigo “tírate a tu izquierda, y tranquilo, que va flojo”. Así fue. Tiró sin mucha fuerza al lugar que había ‘enseñado’ y Casto atajó.
El punto hizo justicia al miedito de ambos, que impidió que desplegaran más, que lo tienen. Su temor a perder les valió para no hacerlo, pero en el camino se olvidaron de que esto va de ganar y de que un punto no vale si quieres aspirar a estar arriba, como los dos equipos quieren.
Básicamente, las sensaciones tampoco sirven de mucho, ni a Real Valladolid ni a Almería, porque ninguno gustó ni se gustó. En lo que aquí toca, en los blanquivioletas, lo bueno es eso que se suele decir de la media inglesa. El punto valdrá más si los de Miguel Ángel Portugal consiguen sumar por tercera semana consecutiva, el sábado, ante el Leganés.
