Para llegar a la élite, Juan Ignacio Martínez ha tenido que remar mucho; a veces, incluso fuera del fútbol.
Que Juan Ignacio Martínez es el mejor entrenador de la historia del Levante es un hecho objetivo y sin discusión. A pesar del ambiente que enturbió su salida, y antes de conseguir la salvación en la campaña que viene de acabar, consiguió, en la anterior, su mejor clasificación, valedera para disputar competiciones europeas. Aunque, para llegar hasta ahí, antes tuvo mucho que remar. Incluso fuera del fútbol.
Amigo de los refranes, hay uno que le viene como anillo al dedo: fue cocinero antes que fraile. Pero no por haber sido jugador antes que entrenador. Sino porque, antes de verse en un vestuario hablando de humildad, debió trabajar alejado de los focos… o quizá no tanto, ya que uno de sus empleos consistió en ser escolta de Isabel Pantoja.
No fue más que un día, durante la estancia de la tonadillera en Alicante, en una gira que hizo con Los Morancos. “Mi padre trabajaba en un bar, y un amigo me animó a ir a Valencia a trabajar de guardaespaldas. Lo asumí como un trabajo más, aunque yo quería enfocar mi futuro por otros derroteros”, explicaba el flamante entrenador del Real Valladolid ante la prensa hace un par de años.
Por entonces, no tenía más que dieciocho. Treinta han transcurrido de aquello. Y, en efecto, su futuro, hoy pasado, fue por otra senda. Hoy vive del balompié, ese deporte al que dedicó mucho tiempo también como jugador, aunque no triunfase. Era tan malo -o eso dice- que no pasó de Segunda B. Ya como técnico, le costó tanto demostrar que no lo es que antes de superar esa categoría tuvo que compaginar los banquillos con otros empleos como vendedor de seguros o de libros de texto.
Ese sacrificio, que tanto le gusta que le reconozcan, llegó después de acabar en los banquillos casi por accidente. Al principio, de hecho, para JIM entrenar fue más una afición que una profesión, aunque en su adolescencia soñase ya con fútbol. Tal es así que, en 2008, siendo ya profesional, dejó la tristemente extinta Unión Deportiva Salamanca porque extrañaba a su familia.
No obstante, siempre ha sentido pasión por el balón. Así lo ha reconocido a su llegada a Valladolid, plaza en la que, como en Levante, dice se considerará un privilegiado. Porque es un “hombre normal” que de verdad sabe cuánto cuesta llegar y porque no se imaginaba haciéndolo cuando ‘simplemente’ se divertía dirigiendo en categorías de fútbol base.
Ya alejado de estos conjuntos -o no tanto: en su carrera ha apostado en diferentes momentos por canteranos-, de cantantes y libros de texto, en Valladolid deberá seguir acostumbrándose a los “grandes fastos” que le abrumaban cuando convirtió al Levante en líder de la Primera División. Con la humildad que le caracteriza. Pero también con ambición.
Como técnico, el alicantino ha pasado por Regional, por Preferente, Tercera y Segunda B. Y por Segunda División. Su objetivo, hoy, será mantenerse en la élite junto al Real Valladolid. Siempre en base a un sacrificio que le es inherente. Como su buena relación con sus jugadores. El vestuario espera ya sus vídeos de humor y los mensajes en la taquilla. La salvación, de nuevo, arribar al Pisuerga.

