El Real Valladolid se reencuentra con su mejor versión y remonta al Getafe en una brillante segunda mitad.
Un tinte melodramático torció antes del descanso la media sonrisa que esbozaba el Nuevo José Zorrilla. Las carreras por los pasillos, hacia los servicios o hacia la barra del bar, en busca de un refrigerio, se asemejaban a las del oficial del submarino que grita “‘¡mayday, mayday!” con la sola presencia de un sumergible desconocido, creyendo que el solo hecho de no saber quién va a bordo implica que sea enemigo.
Pero no. En realidad no era necesaria la señal de alarma. Alguno tuvo ganas de activarla después de los errores de cara a puerta del Real Valladolid y del acierto del Getafe en casi el único acercamiento con un ligero tino, pero, al final, la perfecta asimetría convirtió a los descreídos.
No es que los blanquivioletas jugasen una mala primera mitad. Más bien al contrario. Simplemente les costó encontrar el camino del gol, como tantas otras veces. Y, bueno, a decir verdad, por momentos le faltó también algo de claridad en el juego, gracias en parte a lo bien plantado que estaba el rival y en parte a que Óscar González es un tío al que no conviene agobiar.
En otras palabras: al Getafe le va que ni pintado el traje de pragmático tranquilo, de equipo que sabe esperar y defenderse para salir al contragolpe. Prueba de ello eran los 516 minutos que acumulaba sin encajar un gol antes de llegar a Valladolid (aunque también el hecho de haber anotado solo uno en los últimos cuatro encuentros, dicho sea de paso). Y el salmantino, demasiado acompañado, siente claustrofobia.
Esto es, cuando el plan pasa por tocar todos por dentro, bien juntitos, no encuentra espacios. Por eso no brilla en demasía. Prefiere que corra el aire para poder acompañarlo, como espíritu libre que es; que el lejos de sus compañeros sea un cerca porque él va a ellos, no porque todos gravitan en su entorno. Y con Larsson en banda derecha y Ebert a pie cambiado, eso le pasó.
En la segunda parte los roles cambiaron. Y él seguía rodeado, claro. Pero no por presencia, sino por aparición. No por un tío al que tenía pegado y otro que en ocasiones se le subía a las solapas, sino por dos hombres que, sin quererlo, jugaban a ser uno. Así, pasó de encontrarse a pocos metros con Larsson y Ebert a hacerlo de manera alterna con el sueco y Álvaro Rubio, mientras el alemán se encontraba más alejado.
El dibujo inicial no impidió que el Real Valladolid fuera superior al Getafe, aunque el marcador al descanso pareciera querer decir lo contrario. En la segunda mitad, en cambio, de nada sirvió el engaño del gol de Alcácer, pues la variación en los roles acabó por descoser a los azulones, que no sabían si Óscar decía ‘so’ o ‘arre’.
Y es que en realidad decía las dos cosas, según conviniese. Y la conveniencia dependía de quien se le acercase, si un Álvaro Rubio que dejó la oscuridad a Sastre para mostrarse más participativo en el pase próximo al área o un Larsson que cada vez que se aproximaba a la base de la jugada era para susurrar al oído del salmantino un “dámela larga, que los arrollo”.
¿Cambió acaso el sueco? Apenas, en realidad. Es más, el equipo caso no varió. La principal diferencia entre una y otra parte estuvo en que Óscar es uno con claustrofobia y otro bien distinto sin ella. Aunque no hay que olvidar que si dejó de sentirse acorralado es porque Miroslav Djukic decidió cambiar la ley del embudo por una asimetría que resultó perfecta.
Patrick Ebert creció en su pie natural y Mikel Balenziaga galopó arriba y abajo como tiempo atrás no sucedía, con lo que el juego por las bandas también mejoró. Y cuando el Pucela fluye por bandas, y por dentro aparece y no está, y Óscar tiene espacios para pensar qué prefiere, si la tempestad o la calma, ‘es Valladolid’. Y, cuando esto sucede en tan gruesa expresión, por norma, el rival termina por no saber de dónde le viene el viento.
Con todo, Manucho, satélite que se encuentra más cercano al ‘diez’ y principal encargado de surtirle de balones cuando el equipo sale en largo, se vio un tanto perdido, ya que el cuero veía más verde que en anteriores ocasiones. Pero ni tan siquiera la poca participación del ‘nueve’ puede ser un ‘pero’, ya que entonces entró Guerra para, por fin, sentirse de nuevo a gusto.
Total, que en cinco minutos, el Real Valladolid volteó el marcador, mediada la segunda mitad, gracias a los tantos de Óscar y de Javi Guerra. Y aunque al final el rival botó dos saques de esquina, no se puede decir que sufriese para llevarse tres puntos merecidísimos. Entretanto, tocó al son que marcaban ‘El Mago’ y ‘Míster Silencio’, tan rápido a veces como lento otras; como quien joga capoeira. Y volvió Víctor Pérez, grata noticia.
La asimetría, extraña, rara por definición, resultó perfecta, tranquilizadora, y provocó un remordimiento en quien pretendía encender las luces de alarma previo siquiera a que apretasen el botón gracias a tres puntos que se suman a los 35 obtenidos con anterioridad. Mayday? No, maybe an other day (o quizá, ojalá, never).
