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Que fue solo un sueño

por Jesús Domínguez
23 de diciembre de 2012
en Noticias
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El Real Valladolid cae ante el Fútbol Club Barcelona por un gol a tres en un partido en el que el puedo azulgrana pudo más que el quiero blanquivioleta.

 

Pedro - Messi - GuerraMece una mano a un niño sobre su cama. El infante, de naturaleza rebelde, intenta resistir y esquivar a Morfeo, pero el quiebro es valdío. Cuando está dormido, quien le incitó a abrazar el sueño estira la ropa y lo arropa antes de darle un beso en la frente. Luego abandona la habitación, pero no con las manos vacías. Antes de irse, repara en que sobre la mesita de noche hay un dulce, y lo coge. Y se sonríe, como si el caramelo fuese a endulzar más su vida que la del niño, aun cuando no es así.

Por la mañana, los primeros rayos de sol despiertan al pequeño, que dirige la mirada al vacío. Lo siente, se levanta y busca su tesoro ausente. Pero no lo encuentra. Y piensa en el susurro pujante que jugó a tranquilizarlo, en quién era el dueño. Pero no lo recuerda. Siente que ha perdido algo, pero se siente a la vez en calma. E intenta convencerse de que fue solo un sueño.

Vestido con su pijama de rayas, baja a la cocina. Busca algún rastro esclarededor, pero no lo encuentra. Da vueltas y vueltas, pero nada. Pero el vacío está ahí, es real. Y se preocupa. No tanto por su existencia como por el qué pudo ser. Porque así son los niños. Pueden tener las estanterías llenas de caramelos y los cajones plagados de juguetes que, con independencia del motivo, siempre mostrarán su preferencia por uno.

Puede parecer capricho, pero no lo es. Aquel caramelo, al fin y al cabo, era suyo. ¿O no? Ya duda. Si no está, si alguien se lo llevó, quizá es porque cuando lo cogió de donde no debía. Pero, ¿por qué no iba a poder hacerlo? Al final es un niño, y los niños comen dulces. ¿Quién le iba a impedir hacer aquello que más le gustaba?

Recapitula: cogió el dulce en un descuido de sus padres en la mesa del salón. Se lo guardó en el bolsillo y lo subió luego a su habitación, tímido y lógico movimiento de quien hurta a un mayor. Imaginó por un momento a qué sabría, pero, temeroso, decidió esperar para saborearlo. Quizá por eso desapareció, por la duda. O, simplemente, porque no era suyo, y como suele decirse, quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Y, al final, se resigna.

En realidad, es lo más lógico. Aquella victoria no le tocaba; era de otro. Ni tan siquiera se indigna pensando en el modus operandi de quién se hizo con ella, pues ganó en buena lid. Aprovechó un despiste, quién sabe, su mayor capacidad para aguantar despierto, para obrar silencioso. “Gran destreza la suya”, piensa. Y así es. Fuera quien fuese, lo adormeció con suavidad para asestar un golpe, en el fondo, esperado.

Las horas pasan, pero no deja de darle vueltas. Intenta recrear cada segundo, adivinar quién tendió su mano y por qué; qué tenía de especial aquel dulce. Pero es incapaz de imaginar un escenario real. Pero entonces llega la hora de comer. En la televisión comienza el noticiario, como siempre aburrido, al que apenas presta atención. Hasta que llega el momento.

Una ráfaga da comienzo a los deportes. Y en la pieza que abre la sección sale Messi. Y cae en la cuenta. “Eso es, quien se llevó mi botín fue el Barcelona”. Y entonces recrea, a través del resumen del partido, todo lo ocurrido. Desde el gol del que nunca se cansa de hacerlo hasta el destello final, con el que la derrota dejó de ser una opción.

El niño del pijama de rayas moradas y blancas, como si aquello fuera una reposición de la noche anterior, vio cómo el conjunto azulgrana movía de un lado a otro el balón, gracias especialmente al excelso partido de Busquets y Xavi. Su victoria, su caramelo, fue durante muchos minutos ser capaz de responder de cuando en vez con un tímido bostezo que hacía saber al rival que estaba despierto. Pero entonces llegó Messi.

Apenas había empezado la noche, pero el Real Valladolid se sentía ya ganador. Sabedor de que la situación podría dar un giro en cualquier momento, intentó saborear cada segundo de posesión, pero jamás sin llegar a tragar; como si solo diera lametones furtivos, menos cuanto el arrorró culé martilleaba más sus tímpanos.

Así hasta que llegó el minuto cuarenta y tres, y el genio argentino que todo lo marca decidió que no lo haría esta vez. Inició la jugada desde muy atrás, arrancando desde el centro del campo, zigzagueó y llegó cerca de la frontal del área blanquivioleta y abrió a un costado para que Jordi Alba sirviese. Como si los papeles de Messi y Xavi se hubiesen cambiado, dentro apareció Hernández para, libre de marca, poner el primero.

Ya en la segunda mitad, cuando habían transcurrido apenas trece minutos, Leo -que había mandado una falta al palo en el primer periodo- cogió de nuevo el balón y lo pegó a sus pies para soltarlo solo dos veces, la primera para hacer un caño a Henrique Sereno y la segunda para alojarlo en el fondo de la red, tan ajustado a la madera que la tocó antes de entrar.

TelloEl pequeño, de nuevo, intentó resistir, pero se vio incapaz. Tras dos llegadas peligrosas que no culminaron en disparo, apareció Javi Guerra para acortar distancias a falta de un suspiro para el final, a placer y con Valdés batido después de que el meta catalán despejase su primer remate, de cabeza. Pero la cosa no fue a más porque él siguiente arreón terminó con una falta lejana que no llegó al área por el buen hacer por alto de Piqué.

Por si quedaba alguna duda de lo que había sido el encuentro, en la prolongación, Cristian Tello corrió el balón desde el centro del campo y se aprovechó del error de Sereno en el intento de neutralizar su galopada para plantarse frente a Dani Hernández y terminar de dormir al pequeño para llevarse los tres puntos de Zorrilla.

Lo hizo, decíamos, con cariño, arropando al Real Valladolid y dándole un entrañable beso en la frente. Esto es, sin convertir la victoria en masacre, conformándose con llevarse el caramelo después de adormecerlo entre toque y toque. Porque así es el Barça, mueve el cuero y provoca en el rival un efecto anestesiante que, en el caso blanquivioleta, le impidió apenas mostrar actividad en ataque.

En el plano defensivo, los de Miroslav Djukic estuvieron más que bien, a pesar de los tres goles encajados. Y pudieron ser más, de no ser por el palo de Messi o el conato de gol de Rukavina en propia meta. Pero ahí quedó la cosa. Y, la verdad, una mayor renta quizá hubiera resultado excesiva, por más que el conjunto azulgrana jugase un buen partido; muy ‘suyo’.

El equipo grande, pues, se llevó los tres puntos ante el pequeño, una victoria a la que los vallisoletanos, cierto es, jamás aspiraron. Batalla, para variar, presentaron en todo momento. Tardaron en encajar y por un momento soñaron incluso con empatar en los minutos finales. Pero, por la calidad culé, no fue más que un sueño. Dulce como un caramelo, pero tan real como que, en estos partidos, casi siempre gana el grande al pequeño.

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