El Real Valladolid cae con estrépito ante la Real Sociedad en Anoeta en el peor partido de la temporada.

Resulta cuanto menos paradójico tener que apelar a una canción que comienza diciendo “confía en mí a partir de las seis” para hablar del partido hecho por el Real Valladolid en Anoeta a partir de esa hora, pero no queda más remedio que hacerlo. No queda otra que hacer sonar los acordes del tema de Rubén y Leiva y pedir que lo visto en Donosti sea un mero accidente; que parezca nada más que eso.
No es que haya que preocuparse en exceso por el mal encuentro. Al final, la Real Sociedad aspira como poco a entrar en Europa League.
Y el Valladolid… bueno, mal que pese a algunos, el objetivo es el que es, como “el concehto es el concehto” para Manuel Manquiña en ‘Airbag’. Y, las cosas como son, tampoco hay que rasgarse las vestiduras, teniendo en cuenta la realidad del equipo y del club.
Aunque tampoco conviene caer en el victimismo ni en la autocomplacencia. Estas cuestiones han de ser tenidas en cuenta pero, a la vez, reconocer no ya el mal juego de los soldados de Djukic ante los de Philippe Montanier, sino la escasa competitividad que se les intuyó, es un ejercicio de realismo. Crudo, y por tanto difícil de digerir. O no tanto. Por lo comentado anteriormente, porque ya se ha hecho casi todo lo que se debía hacer. Y porque la necesidad no apremia; ni siquiera se halla cerca.
Cuando el Real Valladolid se desperezó, había recibido ya tal agua que el gol de Guerra no fue toalla. El crimen pasional, que diría la canción antes citada, lo cometió la cuadrilla realista a modo de Fuenteovejuna en solo veinte minutos y tirando de conceptos de fútbol preciosista, liderada por un Antoine Griezmann al que algún pucelano debió de robar la novia, a tenor de lo visto en su juego en las dos citas del año ante los blanquivioletas.
Si al Pucela le dio por no competir, a la Real le apeteció, de nuevo, hacer un fútbol preciosista, de los mejores que se pueden ver en Primera División. Y eso que Montanier sigue obligando a Rubén Pardo a jugar con la ‘L’. El día que sume titular tras titularidad… Entonces lucirá el chico, pero no solo él. Lo hará también el colectivo. Más. Porque ya lo hace cuando se unen Illarramendi, Xabi Prieto, Carlitos Vela y Griezmann (más el añadido de Aguirretxe, goleador, como Prieto y el galo de apariencia ‘antipucelana’, este por partida doble).
La defensa vallisoletana puede atestiguar que su nivel, y más viendo a sus rivales, es de Europa. El propio, el de los de Djukic, en Anoeta fue bastante bajo. Omar y Valdet fueron la antítesis de los atacantes realistas, Rubio y Sastre fueron oscuridad y la zaga dejó unos espacios mortales de necesidad. Todo unido, dio como resultado una lógica goleada maquillada -o no…- con el gol de Guerra y apenas un rato de ‘ser Valladolid’.
Que Miroslav Djukic hable de falta de concentración y de intensidad da sentido a la goleada. Sus palabras son un argumento de autoridad que, de otro modo, esgrimió hace tiempo José Luis Mendilibar (un fuerte abrazo y que en paz descanse la madre del de Zaldibar). El vasco vino a decir, como el serbio, que su equipo era del montón cuando el esfuerzo era escaso. “Si no corremos somos caca de la vaca”, dijo. Pues eso.
Dicho todo esto, conviene recordar el inicio de estas líneas. En manos de los jugadores del Real Valladolid está que la estrepitosa derrota parezca un accidente. Por lo pronto, el baño fue preludio del descanso que permitirán las convocatorias internacionales.
Como quien va de nuevo a Mondariz, vaya. Y, de cara al final de campaña, bien vendrá el reposo. Para evitar recordar de nuevo a Leiva, esta vez a uno de los temas que tan bien versiona, ‘Crímenes perfectos’, la mejor canción jamás escrita por Andrés Calamaro.