Un gol de Javi Guerra sirve para lograr los tres puntos que certifican la salvación matemática del Real Valladolid un año más en la máxima categoría.

Solo podía ser él. El héroe de cómic y mirada atormentada. El tío de la cabeza gacha cuando no le salen las cosas y de la mano en la oreja cuando cree necesitar cariño. El mejor delantero del equipo, aunque durante buena parte de la temporada no hiciera, ni mucho menos, gala de su apellido. Ni de sus números. Pero, en fin, no podía ser otro.
Su crisis fue la crisis de todos, un anhelo de gloria compartido por quien, como él, enloquece cuando el fútbol alcanza su leitmotiv y una nación de zombies amenaza con adueñarse del estadio. Una introspección que dolió, porque parecía que ya sería el más grande de nuevo, como cuando alzó al equipo en brazos al lugar que le corresponde.
Solo Javi Guerra, el Marvel durmiente, podía hacer el gol que certificase la salvación en Primera División un año más del Real Valladolid. Solo ‘Heartbreak Nine’ podía aparecer, cuando muchos ya no le esperaban, y renovar los votos que un día firmó con la afición gracias a otro tanto, más resolutivo si cabe que el marcado al Deportivo.
El mérito, claro, no es exclusivamente suyo. Aunque es llamativo que la puntilla la pusiera el malagueño, después de un curso gris. No tanto, dirán algunos, teniendo en cuenta que es el delantero y que fue titular, de nuevo, en detrimento de Manucho. Pero es que, de justicia es reconocerlo, si la deidad que representa a la justicia poética hubiera hecho acto de presencia, quizá el goleador habría sido otro.
Por personalizar, pocos habrían merecido ser el notario de la salvación tanto como Óscar González, quizá tan solo Patrick Ebert, pero el alemán se mostró desacertado en diferentes entregas y regates y al salmantino se le requirió en otros menesteres, más relacionados con la sala de máquinas, donde Víctor Pérez y Álvaro Rubio se veían incapaces de mover el balón a una velocidad que propiciase la creación de peligro.
Esta cuestión, empero, guarda más relación con el brillante partido que hizo Juan Domínguez en la oscuridad, valga la paradoja, en las labores menos gratas que acomete un centrocampista y que, en su caso, no iban de la mano de una lucidez siquiera tímida en la creación, donde Álex Bergantiños no aporta y Valerón resulta insuficiente si no se mueve en el carril del ‘diez’.
Con todo, el Valladolid dominó el cuero durante la primera mitad, aunque sin fluidez, y al Depor parecía bastarle con la tónica reciente de plantar dos líneas de cuatro que aborten todo intento de juego rival y confiar en la varita de Valerón, en la potencia de Riki o en la técnica de los portugueses Bruno Gama y Pizzi, sus dos jugadores de mayor fantasía.
En la segunda parte, solo por las ganas del Deportivo de La Coruña de sacar algo positivo, hubo más tensión. Provocada porque, a la salida de un córner, a Javi Guerra se le ocurrió la genial idea de rematar de espuela y sorprender a Aranzubia y a quienes le rodeaban con el gol que a la postre certificaría que los soldados de Djukic son de Primera un año más.
Antes del pitido final, a Fernando Vázquez le dio tiempo a poner toda la artillería pesada sobre el césped, pero así, precisamente, se vio la actuación de Nélson Oliveira, un tipo tan bueno como apático que, no obstante, pudo rescatar el punto deseado con un gol anulado por fuera de juego en la única laguna de la impecable defensa blanquivioleta.
Visto el juego de uno y otro equipo, sin brillo aunque con ímpetu -más o menos-, lo más justo para con los cinco mil gallegos que invadieron Zorrilla quizá habría sido volverse a casa con ese empate en el zurrón. Pero Javi Guerra, cuando se viste de héroe, aunque sea en citas descafeinadas como la de hoy, no hace prisioneros. Solo marca y pasa a la historia. Solo… y nada menos.
