Venció al Leganés por dos goles a cero, gracias a los tantos de Rubio de testa y Roger de penalti, que le permiten seguir enganchado a la grupeta de cabeza

En el argot ciclista, se habla de golpe de riñón cuando un ciclista tira de casta y esfuerzo, sentado, y casi clavado, para intentar avanzar. Cuando uno usa la expresión ir con el gancho, se refiere a que mantiene las distancias, aunque cerrando grupeta, dando a los rivales una sensación de debilidad que les permite relamerse.
En esas anda el Real Valladolid, como si fuera Paco Mancebo, mito perenne que sigue dando pedales allá por Dubai. Si uno ve a los de Rubi, quizá piense que es cuestión de tiempo que se descuelgue, como al abulense en sus años más jóvenes. Sin embargo, no hay que dar a los blanquivioletas por muertos; no por el momento: sigue ahí, detrás de los gallos, tenaz.
No fue el duelo contra el Leganés el más vistoso, ni mucho menos. Como diría el poeta, no fue bueno –si entendemos bonito por bueno–, pero fue lo mejor. Se ganó, porque había que ganar. Pero bien podría haber servido el partido, o al menos parte, para echar esa siesta para algunos tan de Tour.
El Real Valladolid, que era el último de los candidatos en ascender en escuchar el silbatazo inicial, se sabía obligado a ganar, a lo mejor no por los resultados de los rivales, pero, por descontado, sí por la desventaja que la clasificación refleja. En este contexto, importaba poco el espectáculo: pinchar suponía, probablemente, decir adiós a las escasas aspiraciones que pueda mantener de subir directamente.
No por ello atenazaron los nervios. Aunque el Leganés le puso fe, los de Rubi leyeron muy bien el juego y fueron dominadores, con la salvedad del sufrimiento que suponía cada búsqueda al espacio de Chuli, que se las hizo pasar canutas a los centrales. Lanzados por Eraso y Diamanka, demostraron que saben cuidar el esférico, aunque no más que Sastre y que Rubio.
Con la paciencia que caracteriza a Álvaro Rubio, amo y señor, el tono del partido empezó a adquirir tintes blanquivioletas, como cualquier carrera se tiñe de negro ‘estrella de la muerte’ cuando Team Sky toma los mandos del pelotón. Sería el riojano quien marcaría el primer gol cerca del descanso, de un testarazo, procedente de un envío a balón parado botado por Hernán Pérez.
Los pepineros, respondones cuan escarabajos –entiéndase: ciclistas colombianos–, no dejaron de intentarlo. Con el tiempo, lo hicieron sin demasiada convicción, aunque antes llegaría el segundo tanto, de Roger, de penalti (claro, cometido por el ex Rubén Peña sobre Óscar). Javi Varas se tuvo que emplear a fondo para impedir que las distancias se redujesen, como Kiryienka bajo el sol de Francia.
Y no tuvo mucho más la cosa. Cuatro aplausos como Cuatro Rayas en el minuto cuatro en homenaje a las madres que había en Zorrilla –pocas– y las que no pero nos hicieron del Pucela, un rato de mucha lluvia y poco más. Entre ese poco más se encuentra la amarilla forzada por Timor, que entró entre los dieciocho pese a su lesión por las bajas de última hora de Leão y Pereira.
La carrera por el ascenso, a falta de seis jornadas, sigue abierta. Consumida otra etapa, sigue el Betis liderando la tabla, con una nada desdeñable ventaja sobre Girona y Sporting y algo más sobre Las Palmas y Valladolid. Como contemporizando, los de Mel se pueden permitir un tropiezo; no así los demás, sobre todo los dos últimos.
En la próxima etapa de montaña deberán los de Rubi dejárselo todo de nuevo, por si a alguno de los otros les viene a ver el hombre del mazo. Su pájara sería dejar escapar puntos en Huelva, ante un Recre ya desahuciado. De nuevo, aquello será una final: o se gana en el Colombino o el ascenso directo no lo salva ni una escapada bidón.
