Hay veces que se nos olvida lo que es el fútbol. Se nos escapa la idea entre la maraña de ruedas de prensa, balances, tweets en caliente y comunicados (muchos comunicados) de la mañana a la noche. Se nos olvida que esto, antes que un negocio, una pasión o una condena cíclica, es un juego. Un juego que, como todos, tiene una regla básica: Que se puede perder. No, la verdad. En realidad, que se suele perder. Y lo más importante. Que, incluso perdiendo, luego se puede volver a jugar.
El Real Valladolid ha descendido y no precisamente por sorpresa. Y tampoco ha sido un accidente. Ha bajado con estrépito, haciendo estragos a los que lo viven desde la grada, con frío, con calor o con viento. En una hoja de ruta que parecía escrita a lápiz por alguien sin pulso, el Valladolid vuelve a las andadas. Y, aun así, tras la rabia, la decepción y ese silencio que queda en el José Zorrilla cuando todos se van, el calendario de Segunda División empezará a rodar en nuestras cabezas cuando menos lo esperemos, sin ser conscientes de que la mayoría de las veces solo queda eso del fútbol más primigenio. Que volveremos a empezar.
Eso es el fútbol, pero también es la vida. Esa posibilidad infinita de resetear, de levantar el dado otra vez, de juntar las piezas, recolocar a los jugadores y decir: “Va, empezamos de nuevo”. Porque el problema no es perder, sino no poder permitirse perder. Que cada derrota te acerque al abismo y que la realidad del club se disipe poco a poco de esa realidad de volver el año que viene. Un detalle tan simple que es el caldo de cultivo donde se cuece el miedo actual de Pucela y su afición tras el paso del infame Ronaldo y la llegada de un desconocido nuevo dueño.
— Real Valladolid C.F. (@realvalladolid) May 23, 2025
En Valladolid nadie puede tener miedo a jugar en Segunda. Es ahí donde esta ciudad ha vivido muchos años. El orgullo de ser un histórico de Primera División no quita que volver a competir en el segundo escalón haga que a todo un Real Valladolid se le caigan los anillos. Aquí estamos otra vez, como dijo Abelardo aquella vez. Será sufrir para volver, pero será. El problema está en que no puedas volver al campo, volver a empezar. El problema de verdad es que, quien recoge los pedazos del club tras un nuevo descenso no sea responsable de que el único futuro de un club de casi cien años se deje ir.
En las dudas de si habrá proyecto o solo improvisación viven hoy muchos. Casi todos. En ese vaivén lógico de si quien venga entenderá lo que es o significa este club, no en cuanto a los demás o a la clasificación histórica, sino para la ciudad. Ajustar los márgenes económicos es solo un punto más de volver a empezar cada año, mientras que esa comunidad con memoria, cicatrices y rituales que un sábado o domingo (o viernes y lunes) no negocian estar con su Pucela. El temor no es volver a perder, sino que la próxima vez no haya lugar al que volver.
Una de las cosas más difíciles en este fútbol de nuestra vida es saber cuándo no estás ganando. Y no, no hablo del marcador, ni siquiera del puesto en la tabla. Hablo de cuándo el alma de un club se está apagando. Cuando el José Zorrilla se enfría (más), de cuando el aficionado empieza a sentir que su equipo ya no le pertenece, que lo dirige gente que, desde lejos y con otras prioridades, le da forma a algo que no parece eso que amamos.
Y ahí está el nudo. Lo que venga ahora no puede ser otro salto al vacío, ni puede ser otro experimento. No debería ser solo capital, ni otro grupo de inversión con trajes impolutos y desconocimiento absoluto. Ojalá sea alguien que quiera saber que aquí lo que se quiere es poder perder y empezar de nuevo. Y ganar, si es posible. Seguir construyendo. Ir a más. Aspirar a más. A colocar recuerdos en los que vengan mañana que muchos no pudimos disfrutar más que en las historias de los que sí pudieron vivirlas. Un proyecto que permita, más tarde, seguir jugando.
El descenso no es el final. Tiene que ser un principio. Uno menos luminoso ni brillante. Pero como tantas otras veces, como sucediera en los setenta o en los noventa, en esos años oscuros de Segunda División (e incluso de Tercera), la ilusión será volver con ganas, seguir luchando. En esta partida maravillosa a un juego que decidimos incluir en nuestras vidas, al final lo que cuenta es poder hacerlo siempre que queramos volver a jugar.

