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Favores, traiciones y negocios

por Jesús Domínguez
27 de abril de 2014
en Noticias
Michael Corleone y Carlo Rizzi

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Bonasera y Don Corleone
Bonasera y Don Corleone

“I believe in America. America has made my fortune”

Amerigo Bonasera no era un tipo querido. O no lo fue. Y no es para menos. Después de la declaración anterior, su voz nasal y el tono brusco de sus palabras siguen deslizándose hacia los oídos de su interlocutor de manera irrespetuosa. ¿Cómo tener aprecio a un enterrador que ni siquiera me llama padrino?, piensa para entonces quien le escucha. Y se lo dice. Pero, sin embargo, le ayuda. En recuerdo a la boda de su hija. “Aunque nosotros no somos unos asesinos”.

El escenario no era el mismo, ni por asomo. Siquiera ligeramente semejante, por aquello de que invitaba a una mezcla de indolencia y compasión, aun con aquel que no era en realidad amigo. La afición, corazón del club, pedía hacer oídos sordos a la desesperada necesidad de quien tenía enfrente. Pero el equipo, más cerebral, atendió a sus súplicas. Allí donde para algunos lo normal habría sido luchar y ganar, enviar al Celta a Segunda, para otros fue mejor mostrar piedad. En recuerdo al adiós de Djuka.

 

“Some day, and that day may never come, I will call upon you to do a service for me. But until that day, consider this justice a gift on my daughter’s wedding day“

La única condición que puso el padrino para hacer justicia fue que, si algún día necesitase de los servicios de Bonasera, este debía responder; devolver el favor. Mejor que la película, por su mayor extensión, refleja el libro de Mario Puzo el miedo del dueño de la funeraria cuando recibe esa llamada. Temía tener que hacer de carnicero, que despedazar un cadáver. Pero lo que hubo de hacer fue ponerse en la piel de un ingeniero, obrar un milagro para que a Santino no le viera su madre como lo dejaron esos malnacidos.

Y en esas viaja el Real Valladolid a Vigo. Sin cadáver, pero con la necesidad de que aquel que le juró amistad por interés le devuelva el favor, aun a regañadientes, como aquel tipo hizo porque no le gustaba, en realidad, mezclarse con la mafia. No le quedó más remedio, por una sentencia liberatoria que consideraba injusta, como no le quedó más remedio al Celta aguardar una ayuda que no diera con sus huesos en Segunda. La pregunta es: ¿De verdad están obligados a devolver el favor?

 

Tom Hagen y Michael Corleone
Tom Hagen y Michael Corleone

“It’s not personal, it’s stricly business”

Demos un salto atrás. El Gran Don se encuentra en el hospital, convaleciente, después de que dos matones de Sollozzo hayan intentado asesinarle. La Familia se debate, aún con Santino vivo, sobre sus próximos objetivos. Y Michael señala a ‘El Turco’ y McCluskey, el policía que le guarda las espaldas. Como hasta la fecha no había sido parte de los negocios, y la visión que de él tenían era la de un pobre inocentón, los demás se ríen. Y entonces, él pronuncia la frase anterior.

¿Acaso debería sentirse agraviado alguien porque el Celta salga a competir en Balaídos? ¿No es esa la obligación de cualquier deportista profesional? Ya, ya. No siempre pasa. Pero, después de todo, ellos aún no están salvados de forma matemática. Y jugarán ante su público. No sería nada personal, en definitiva.

 

“I’ll make him an offer he can’t refuse”

En diferentes momentos, a lo largo de las dos primeras películas –las históricas, las buenas de verdad, las que se basan en el libro y son, probablemente, las mejores de la historia–, alguien de los Corleone pronuncia las palabras anteriores. La primera, cuando Michael explica a Kay quién es Luca Brasi –algo que, por cierto, se hace mucho mejor y con más detenimiento en el libro, con todo lujo de detalles–. Viene a relatar un episodio que se podría resumir bajo el título de “la firma o la vida”.

Pero aquí no caben chantajes. Ni poner una pistola en la sien ni meter una cabeza de caballo en la cama de nadie. Tampoco ofrecer dinero a cambio de nada. Y esto es y debe ser extensible al resto de equipos. La competición debe darse en buena lid, sin que intervengan como mediadoras tías, primas o parientas varias. Y si alguien tiene la más mínima duda de que existen, que denuncie e intervenga quien proceda. También ante posibles pactos de no agresión.

 

Fredo y Michael Corleone
Fredo y Michael Corleone

“I know it was you, Fredo. You broke my heart”

Hasta en dos ocasiones Fredo Corleone fue en contra de los intereses de La Familia. La primera, cuando defendió a Moe Greene. La segunda, cuando provocó un ataque a su hermano Michael. Recibió, en primer lugar, una advertencia. Luego, el rechazo del Don. Y, al final, la muerte.

Por curioso que parezca, resulta difícil no empatizar con esta forma de justicia. Lo lógico es volverse contra quien te ataca, de ahí que la afición quisiera descender el año pasado al Celta. Pero, por la misma lógica por la que odiamos a Tattaglia y Barzini por pactar contra el Don Corleone, debemos evitar “cobrarnos el favor”.

Porque, seamos sinceros, el Celta no es un pobre enterrador. Es una familia que, como mínimo, se mueve en igualdad de condiciones con el Real Valladolid. Y si algo nos enseñó El Padrino, es a competir, a luchar por nuestros intereses. Y si no, vean no solo la escena en la que Fredo muere, sino otros ajustes de cuentas. Si el hombre es un lobo para el hombre, ¿quién preserva la paz? ¿Quién asegura que un pacto no es fingido?

Quizá por falta de tiempo –y páginas–, Don Vito es incapaz de hacer prevalecer su pureza y romanticismo. Es mostrado como un héroe empujado al crimen en un mundo injusto. Como alguien erudito, en su ignorancia –eran otros tiempos–, que entiende de honor y respeto, y que confía en el prójimo. Michael no. Michael sabe que los favores no se cobran y las paces no se firman; que no hay más familia que luchar por uno mismo.

 

Carlo Rizzi
Carlo Rizzi

“Don’t tell me you’re innocent, Carlo. Admit what you did”

Cuando El Gran Don murió, Michael fue traicionado. Pero se anticipó, y, antes de establecerse en Las Vegas, ajustó las cuentas de los Corleone. Si la escena relatada al comienzo de estas líneas es una de las iniciales más brillantes de la historia del cine, aquella que pone fin a los enemigos de La Familia no lo es menos. En parte, por cómo acaba, porque el nuevo patriarca no perdona que Carlo Rizzi, su cuñado, ‘vendiera’ a Santino.

Volviendo a la traición de Fredo, llegó el momento de hablar de los nuestros; de quienes forman parte de La Familia y, sin embargo, se revelan contra ella. De aquellos que aguardan el descenso para decir “yo ya lo dije”, como si su porción de tarta con la palabra razón fuera un bien común. Son, los agoreros, los soldados infiltrados de ‘La B’, y, en vez de sumar, restan.

Por si alguien duda, en su derecho están. Como quien dirige La Familia –que no es quien escribe, sino, en términos deportivos, el equipo– de sentirse agraviado. Aun en compañía, y con el afecto de los demás, duele siempre la soledad y desazón que provoca un ser querido cuando te traiciona, cuando muestra al enemigo un pañuelo blanco antes de que la guerra acabe. Y si duele, si reniegan de ti, ¿cómo no entender que se devuelva la misma moneda?

No se trata aquí de buscar la suerte que Fredo y sus cómplices no tuvieron, y sí Michael. Después de todo, fútbol no es –o no debe ser– sangre. Pero hay que entender la reacción en contra de quien no está con La Familia, ya esté fuera o dentro. Aquí nadie va a matar a nadie; ni a Carlo ni a Fredo. Tampoco, quien escribe, opina que deba ser nadie ‘expulsado’. Pero, quien no crea, bien haría en borrarse; en tirarse del barco mientras pueda. Quienes #creemos esperamos en la orilla. Con el corazón roto, pero sin rencores.

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