Si el tópico reza que lo que funciona no se toca, por pura lógica y en consecuencia, cabría pensar que lo que no, sí. No es Guillermo Almada demasiado amigo de los cambios, sin embargo; hasta el partido contra el Mirandés de este domingo nunca antes había hecho alguno en el once por decisión técnica. Tiene lógica, si se tiene en cuenta que el inicio del curso fue bueno, pero también, en contra de lo que análisis más o menos sesudos que se han hecho estas semanas pueden indicar, si se valora esta cuestión bajo el prisma del entrenador uruguayo.
Y es que no estaba demasiado disconforme el técnico del Real Valladolid. Indicaba con frecuencia, en público y desde luego que en privado, algunas de las cosas que su equipo debía mejorar, aunque optaba más por dar continuidad al plantel físicamente a tono que por otros elementos de integración tardía. Y no era un capricho, aunque pudiera pensar alguien que sí: cuentan quienes trabajan a su alrededor que concede tanta importancia a ese apartado físico que no se iba (ni se va) a permitir alinear a un jugador que pueda no estar al 200% de forma.

Los rivales cambian el paso
Esto responde a la gran exigencia de su plan; uno, no obstante, puesto en jaque con el paso de las jornadas por parte de los entrenadores rivales. No en vano, como quiera que el Real Valladolid es uno de los ‘gallos’ de la categoría, que los contrarios conocen de su calidad -al menos potencial- y que todo el mundo tomó nota de su respuesta presionante ante la salida rival de las primeras jornadas, hay quien ha tratado de cambiarle el paso y de obligarle a no ser reactivo, sino propositivo. Y ahí los blanquivioletas, hasta ahora, han pinchado en hueso.
Así, que el Pucela lleve tres partidos sin ganar y una victoria en seis partidos no es fruto del azar, sino -entre otras cosas- de que los entrenadores rivales han empezado a matizar sus intenciones frente a los vallisoletanos. Así lo hizo Iván Ania y así lo hizo Gabi Fernández, los primeros contra los que no se venció, y posteriormente Alberto González y, en menor medida, Fran Justo. Los tres primeros tienen una concepción más propositiva del juego que la mostrada frente a Almada, mientras que el Mirandés no suele asimilar el repliegue intensivo con la misma naturalidad que en Zorrilla. Solo ‘Cuco’ Ziganda y su Cultural fueron, realmente, naturales.

Almada y los cambios no forzados
Aunque Guillermo Almada no se mostró especialmente molesto con el juego expuesto contra los culturalistas –“a mí me gustó”, llegó a decir-, frente al Mirandés, el técnico entendió que había llegado el momento de agitar el once y buscar otra cosa. La lesión de Amath volvía a obligar a realizar una permuta en el equipo titular, aunque él optó por hacer hasta tres: además de al senegalés por Peter Federico, cambió a Ponceau por Tenés y a Guille Bueno por Garri. Sorprendió, pero más porque la posición que centró fue la del hispano-dominicano, y no la del castellonense, como en su debut del pasado fin de semana.
Para qué mentir: el experimento no salió bien, bien porque los roles de los atacantes no estaban definidos (sobre el campo, seguro que sí en la pizarra) o bien porque era el doble pivote el que no era capaz de activarlos (Alani, en este sentido, fue un desahogo). Sea como fuere, significó una novedad respecto a todas las alineaciones anteriores, que solo habían cambiado por lesión. Así, de la primera jornada a la cuarta el once había sido igual, mientras que en la quinta Ponceau entró por el lesionado Chuki, en la sexta Marcos André hizo lo propio por las molestias de Marcos André y la pasada Lachuer entró por mor de la infección de Juric.
