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Benito Floro, el arquitecto del sueño manchego

El técnico gijonés marcó una época irrepetible en los 90 al frente del Albacete, llevando al 'Queso Mecánico' de Segunda B a Primera División

por Miguel Ruiz
19 de septiembre de 2025
Albacete Benito Floro

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Benito Floro impresiona aún hoy como una de las figuras más singulares del fútbol español. Un entrenador que pasó por múltiples equipos y realidades, pero que sigue impresionando, sobre todo, por lo que consiguió en el Albacete Balompié en los años 90. Su etapa al frente del ‘Queso Mecánico’ dejó una marca deportiva y cultural indeleble. Una combinación de biografía modesta, ideas firmes y resultados emergentes que proyectó a Floro desde los clubes modestos en los que empezó hasta el escalón de los más grandes.

Benito Floro Sanz nació en Gijón en junio de 1952. De joven practicó fútbol en categorías regionales, pero una dolencia le apartó antes de consagrarse como futbolista, lo que lo empujó pronto hacia una faceta diferente en el fútbol: la dirección técnica. Estudió con tesón las variables tácticas y se formó en el fútbol base para asumir, más tarde, sus primeros banquillos en pequeños clubes de la Comunidad Valenciana y la zona de Levante, donde aprendió a trabajar con limitaciones y a moldear equipos desde cero. Esa capacidad de exigir sin alardes le dio alas y le convirtió en el tipo de entrenador cuya autoridad se gana con la firmeza cotidiana.

Un lazo clave con el Albacete

Su llegada al Albacete en 1989 marca el punto de inflexión. Tomó al equipo en Segunda B, lo ascendió en la temporada 89/90 a Segunda División, y, al año siguiente, lo elevó de manera sorprendente a Primera División. Un hito que el Albacete lograba por primera vez en su historia con una velocidad meteórica, pero no carente de fundamento.

Albacete Benito Floro
En la celebración del ascenso del Albacete de Benito Floro

Floro implantó disciplina táctica, solidaridad colectiva, juego ofensivo limpio, combinaciones entre líneas y un bloque mental fuerte que no cedía ante la adversidad. Todo esto cristalizó en la temporada 91/92, cuando el Albacete Balompié, recién llegado a la élite, terminó séptimo, a sólo un punto de acceder a competiciones europeas. Fue entonces cuando el club recibió ese apodo querido de “Queso Mecánico”, que simboliza esa creatividad, sorpresa, valentía, y un estilo que mezclaba rigor físico con calidad técnica con un toque tradicional unido a La Mancha.

No era raro que su Albacete fuese temido por su capacidad de sorprender, de jugar de tú a tú con equipos de mayor presupuesto y de no resignarse ante rivales superiores. Ese carácter competitivo se contagió a la afición, que vio en aquella plantilla algo más que un grupo de jugadores. Vio una identidad renovada, un equipo que representaba lo manchego con orgullo y que logró que su palmarés fuera contundente, no tanto en el número de títulos, pero sí en importancia histórica, con dos ascensos seguidos y una firme consolidación del Albacete en Primera durante durante varias temporadas.

Las virtudes y los banquillos de Benito Floro

De la misma manera, Benito Floro demostró ser un gran formador de jugadores y gestor de estados de ánimo. Se encontraba cómodo construyendo equipos que no dependían de estrellas, sino del colectivo, con jugadores como Zalazar, Catali, Geli, Coco, Menéndez, Catali, o Chesa, que crecieron con notoriedad bajo sus órdenes.

Benito Floro
Benito Floro, como seleccionador de Canadá

Después, Benito Floro pasó por los banquillos del Real Madrid, Sporting, Villarreal Mallorca e incluso en clubes de México (Monterrey) o Japón (Vissel Kobe), además de hacerse con la selección nacional de Canadá entre muchos otros, aunque muy pocos de esos destinos le brindaron una notoriedad comparable a lo que logró en ese Albacete del ‘Queso Mecánico’. Aunque su carrera tiene ya muchos capítulos escritos, la huella de ese Benito Floro del Albacete sigue muy vigente en la mente de todos aquellos que hicieron del Albacete noventero su causa para amar el deporte rey.

En cada aficionado del Albacete late el recuerdo de esas noches en el Carlos Belmonte contra Barça o Madrid, con goleadas, ilusión y un entrenador entregado, que hizo de lo imposible algo esperable. Un legado que es parte esencial del ADN del club manchego y una huella clave para que los aficionados sigan soñando.

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